Por: Aymé Quijia
“Desde chiquita mi mamá me mandaba a cargar el agua, llevando los ponditos, íbamos a la una de la mañana, ahí recogíamos con el mate y tapábamos la boca del recipiente con la chilca y con la soguita veníamos trayendo, luego regresábamos a la quebrada de Zámbiza llevando la ropa para lavar, ahí nos bañábamos para llegar a las 06h00 a la casa, para ir a la escuela, llegando de estudiar, de ahí a deshierbar para los cuyes, a cocinar para hacer los deberes, así ayudábamos a nuestros papacitos”
Dolores Achig 86 años.
Hablar de la mujer rural no es solo una cuestión de género es referirse a aquella persona que desde la niñez se va constituyendo en un aporte de su casa, aquella que tiene obligaciones y responsabilidades con el cuidado de los hermanos, los deberes de la casa, el apoyo en los terrenos, además que al crecer se transforma en el centro familiar, comunitario y de apoyo al sustento diario.
Ellas son las que no han tenido una igualdad de oportunidades, antes sin acceso a una educación por el hecho de ser “warmi”, era destinada para el matrimonio a edades tempranas sin igualdad de condiciones de vida. Sin embargo, hoy su rol se ha ido modificando en nuestras parroquias y comunas, cada día se ve más mujeres lideresas, mujeres madres de familia con conocimientos y saberes, aquellas comprometidas en el proceso organizativo, cultural, social, político, económico y deportivo, muchas de ellas con el doble o el triple actividades que las habituales.
Hay que definirlas para entender su rol:
La mujer adulta mayor que dirige a la comunidad, que es un referente de sus localidades, ejemplos para las nuevas generaciones las tenemos en la Comuna La Toglla Rosita Cabrera, dirigente, madre, abuela, con conocimientos de la medicina tradicional y saberes de la memoria colectiva de su pueblo; Tía Maria Muzo, comunera, abuela y bisabuela de una larga generación de líderes con saberes medicinales y memoria histórica; Soledad Anaguano, mujer líder que mantiene las tradiciones comunitarias y gastronómicas, originaria de San Pedro del Valle en Nayón.
Cada una de ellas respetadas dentro de sus territorios son las que mantienen las tradiciones, transmiten la memoria y son reconocidas por la comunidad, así como ellas en cada uno de los territorios rurales hay cientos de mujeres luchadoras por derechos comunales, derechos organizativos, mujeres propositivas.
La mujer adulta es el caso de Doris Sigcha del barrio El Común, personaje con saberes medicinales, artesana y dirigente con un carácter fuerte que muestra su capacidad de decisión; Narciza Díaz, gestora cultural, emprendedora, que une a las organizaciones a través del emprendimiento y el accionar cultural; Ana Lucía Tasiguano, comunicadora, líder, comunera, intelectual, actora cultural, que muestra su presencia identitaria de la Comuna de Llano Grande. Otras mujeres dignas de mencionar con roles diversos son Sandra Méndez, Carmita Buitrón (Puéllaro), Anita Cuzco (Atahualpa), Rosita Guamán (Gualea), Mercedes Pumisacho ( San José de Cocotog), Mary Cachago ( Oyambarillo), Sonia Sánchez (Checa), Blanca Sacancela ( Lumbisi), Jenny Carrera ( Tumbaco), entre las más representativas.
Entre los jóvenes surgen figuras como Diana Villamarin, Mónica Paillacho, Yazmín Quijia, Karina Muzo, Mishel Vela, que día a día muestran la riqueza y la diversidad de su pueblo, que expresan desde la ruralidad su esencia con esa cálidez que les caracteriza, aprendiendo, generando propuestas desde la juventud.
Un punto aparte es necesario considerar aquellas con un rol de la mujer rural política, que lucha en los espacios políticos y de desarrollo social el caso de Isabel Bejarano, presidenta del Gad Calderón; Jacqueline Casto, presidente del Gad Pomasqui; Lourdes Quijia, presidenta del Gad Nayón; Maribel Álvarez, presidenta del Gad Zámbiza; Rosita Chuquimarca, presidenta del Gad La Merced, aquellas que generan espacios en un mundo de grandes contrastes con tomas de decisiones que transforman localidades y a la vez marcan la diferencia en este Quito diverso.
Por ello su rol ha sido y es dinámico de acuerdo a los cambios contemporáneos pero siempre todas ellas sea adulta mayor, adulta, joven o política se sentirá orgullosa de ser mujer rural calderonense, zambiceña, nayonense, mineña, puellareña, gualeana, pifeña, Lloana, nayonense, parroquiana o comunera no cambiaran como se las denomine por ser ese nombre parte de su identidad.
“Mujer rural, esencia de lo comunitario, del compromiso, del liderazgo, que persiste en lo moderno, que lucha, se mantiene y es referente en el sitial que se encuentre”.
La mujer rural no solo crea procesos sino conciencia, no solo es físico, intelectualidad, es cosmos, es fertilidad, es tierra y esencia de vitalidad. Aquella que a más de crear, construir espacios crea, vida, siembra y labra la tierra, cría los animales, cultiva sabiduría en sus hijos eso es más allá de un género, ser una semilla que germina de manera colectiva.
FUENTE: En El Tintero